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Introducción[1]

No siempre reconocido o siquiera nombrado, el feminismo existe desde hace siglos porque las reivindicaciones de las mujeres se han producido desde muy antiguo, pero la denominada «miopía de lo visible» (Melucci 1994) ha pervertido la memoria hasta el punto de identificar el movimiento feminista con sus campañas y, sobre todo, con su aparición en medios de comunicación. Sin embargo, todos los movimientos atraviesan fases de latencia en las que se van definiendo sus propias luchas y cristalizan sus reclamaciones. Ningún movimiento ciudadano surge de la nada. Varios sucesos que comenzaron a finales del año 2017 (como el movimiento #MeToo, el colectivo Times Up, la Marcha contra Donald Trump en Washington, el movimiento Ni una Menos en Buenos Aires o la huelga del 8 de marzo en España) favorecieron una visibilidad inédita del feminismo y, con ella, cierta justicia histórica sobre la recuperación de su memoria y su rol como gran transformador social. Aunque parece que se ha perdido cierto empuje desde los inicios de 2020 con la pandemia de la COVID-19, que ha trastocado radicalmente la agenda política y mediática en todo el planeta, lo cierto es que nunca antes el feminismo había gozado de tanta visibilidad pública, incluyendo los medios de comunicación y las redes sociales.

Pero el feminismo no nació en el siglo XXI. Sabemos de la Querella de las mujeres, «un complejo y largo debate filosófico, político y literario que se desarrolló en Europa durante parte de la Edad Media y a lo largo de toda la Edad Moderna» (Rivera 1996, 27). Y conocemos en profundidad el nacimiento de las primeras vindicaciones feministas en la Ilustración, ya en el siglo XVIII (Amorós y Cobo 2010). También está muy documentado el movimiento sufragista y sus luchas durante el siglo XIX, que utilizaron tanto vías institucionales como otras menos convencionales para la reclamación de su agenda de derechos, protagonizada sobre todo por la reclamación del sufragio (Castaño 2016). Con todo, es el feminismo del siglo XX, identificado de forma general como «movimientos feministas de segunda ola», el que se convierte en auténtico actor histórico-colectivo (Mueller 2001), articulado mediante un activismo generador de manifestaciones multitudinarias (Escario, Alberdi, y López-Accotto 1996) muy parecidas a las del siglo XXI. Fue entonces cuando el feminismo, al que debe entenderse como una vanguardia ideológica, se convirtió en una «conciencia crítica» de gran potencia transformadora. Sus logros se tradujeron en la aprobación de leyes contra la discriminación por razón de sexo en varios países con el impulso de Naciones Unidas y su Década de la Mujer. En otros lugares, como Alemania o Francia, se denunciaban las brechas de género, se discutía sobre derechos reproductivos o se experimentaban cambios sustanciales en la participación política de las mujeres. El feminismo, a partir de los años setenta del siglo XX, se consolidaba como una fuerza política en la que cristalizaba la secular historia precedente.

El feminismo y la prensa para mujeres

Ese feminismo con carácter político y altamente reivindicativo no estaba quieto y buscaba foros de diferente naturaleza para hacer oír sus demandas, siendo muy importante el papel de las revistas. Hacia finales de los setenta, el feminismo parecía que alcanzaba cierta influencia y la opinión pública empezaba a escuchar las reclamaciones de las mujeres (García Guadilla 1981). Es entonces cuando surgen algunas revistas feministas que se convierten en medios masivos, como Emma, en Alemania, con más de 300.000 lectoras, o Ms, en Estados Unidos, con más de 400.000 (Ergas 2000).

En España, en julio de 1976 comenzaba a publicarse Vindicación feminista, impulsada por Lidia Falcón y Carmen Alcalde (Nash 2007), que puso negro sobre blanco cuestiones relacionadas con las mujeres, entre ellas algunas especialmente invisibilizadas como el lesbianismo (Cornejo 2010). Fue un medio muy preocupado por la denuncia de la violencia sexual. Desde sus páginas no solo abordaba las reflexiones y reclamaciones de las españolas, sino que también se hacía eco de las acciones que otras mujeres llevaban a cabo en otros países (Verdugo 2010). Vindicación feminista también hizo una crítica muy importante a la publicidad como estrategia de difusión del machismo en la sociedad de consumo y sobre el fenómeno español del «destape» (Jareño 2016). La revista planteaba la necesidad de superar el debate entre censura/libertad para reflexionar sobre cómo la supuesta libertad sexual no era más que una nueva fórmula de explotación a partir de la exhibición de la imagen femenina en el espacio público (Barrera 2019; Jareño 2016). Con todo, y a pesar del importante papel de Vindicación feminista, las revistas de este perfil en España eran iniciativas minoritarias en la edición de prensa.

En Francia, según Dardigna (1979), el pensamiento y la agenda feministas no existían en las revistas para mujeres, especializadas en moda sobre todo, habitualmente denominadas como «femeninas», donde se construía un mensaje centrado en el consumo y en la explotación de la feminidad patriarcal. Sin embargo, es también en los setenta cuando aparecen iniciativas feministas, obligando incluso a la prensa de discurso conservador a incorporar la denominada «nueva mujer» que intentaba reconciliar los conceptos de feminismo y feminidad normativa. No obstante, más allá de las revistas tradicionalmente dirigidas a mujeres, el feminismo hijo del periodo sesentayochista, de acuerdo con Audrey Lasserre (2016), constituyó en Francia una «vanguardia literaria» en la que participaron pensadoras influyentes que emplearon no solo los medios académicos sino también la prensa popular como vehículo de expresión y cohesión. Surge entonces una «prensa feminista floreciente (…) de opinión y de combate, con textos breves, de humor e informativos (…) expresión del grupo que lo redacta (…) Aparecen y desaparecen a medida que los colectivos se deshacen» (Falquet 2004, 64).

El país que asistió en 1897 al nacimiento de un periódico feminista, dirigido, distribuido y escrito exclusivamente por mujeres: La Fronde, fundado por Marguerite Durand y con una línea editorial reivindicativa en cuanto a la defensa de los derechos femeninos (Pintado Miranda 2018)[2], tuvo en las mujeres de la segunda ola feminista a las dignas herederas de Durand. En efecto, el feminismo experimentará en Francia un momento de gran actividad y visibilidad, especialmente entre los años 1977 y 1978. Influyentes periódicos y revistas nacen entonces, como Histoires d’Elles (1977), La Revue d’en fase (1977), Questions féministes (1977), Parole (1978), Le Temps des femmes (1978) o Femmes travailleuses en lutte (1978). En clave comercial, F magazine se convertiría en una prensa aplicada a difundir «le féminisme de l’égalité» (Blin-Sarde 1982, 195).

Algunos años antes, en 1972, había nacido la editorial Éditions des femmes (más tarde des femmes-Antoinette Fouque), cuyas promotoras la describen como sociedad no capitalista y colectivizada, formada por 21 miembros con participación equitativa. Makward (1981) explica que, contrariamente a lo habitual en las editoriales, no había directoras de colección ni un staff al uso. Todas las responsabilidades se entendían colectivizadas. La editorial contaba con el apoyo financiero de la mecenas Sylvina Boissonnas y se proponía publicar obras escritas por mujeres, sobre las mujeres o para las mujeres. Muy pronto abrirá una librería homónima que, tras cambiar de ubicación, sigue existiendo en la calle Jacob de París y luego otras en Marsella o Lyon. La editorial estaba directamente relacionada con el nacimiento de la militancia feminista del 68 (Sweatman 2014, 13) y, más allá de las tensiones internas del propio movimiento, asumiría una importante función al hacer circular un gran número de obras feministas.

Es esta editorial la promotora de la revista mensual des femmes en mouvements (1977-1979), comprometida con los derechos de las mujeres desde una perspectiva de «escritura femenina». Su tirada, de entre 100.000 y 200.000 ejemplares por número, da cuenta de una importancia significativa en su momento. Iniciativa del grupo Politique et psychanalyse (Psych e Po), proponía la lucha colectiva como estrategia ante la misoginia y como táctica para hacer oír la voz de las mujeres. Su hilo conductor eran las «luttes des femmes» y su enfoque se interesaba por la situación de las mujeres a lo largo y ancho del mundo. Partía de la estrategia de creación de comunidad mediante un «nosotras» que impulsaba la participación de su público no solo como respuesta a los reportajes, a través de las tradicionales cartas de las lectoras, sino también como escritoras, cronistas o fotógrafas de los propios contenidos. Fue, por consiguiente, una publicación precursora del periodismo colaborativo. Su activismo y participación en el movimiento feminista de la época la relaciona con el Mouvement de Libération de Femmes (MLF). Sin embargo, su vinculación con Antoinette Fouque, directora entonces tanto de la editorial como de Psych e Po, plantea también la existencia de grandes tensiones entre diferentes grupos feministas franceses del momento.

El Mouvement de Libération des Femmes (MLF) y Antoinette Fouque

El MLF fue la agrupación feminista más numerosa e influyente de la Francia de los setenta. Sus activistas eran sobre todo mujeres jóvenes y su estructura no era jerárquica ni estable, sino que funcionaba como un lugar de discusión que organizaba asambleas y campañas. Nunca fue una estructura como la de un partido u organización política. Muchas de aquellas mujeres ya formaban parte de múltiples grupos que se fueron uniendo para avanzar en los derechos femeninos, aunque otras no pertenecían a ningún colectivo (García Guadilla 1981, 36). Para algunas autoras (Fourest 1981; Perrot 2008; Picq 2008), su fundación se debe situar en un acto celebrado en agosto de 1970 en el Arco de Triunfo de París, cuando se depositaba una corona de flores a la «esposa desconocida del soldado desconocido» con el lema «De cada dos hombres, uno es una mujer». Al día siguiente, los diarios L’Aurore y Le Figaro, certificaban el nacimiento del movimiento (Delphy 1991, 143).

Otros textos, sin embargo, consideran que nació al calor de la misma revolución del 68 (Fouque 2008; Pavard 2005) y se menciona una reunión que Monique Wittig había convocado en octubre y que finalmente se celebró en casa de Antoinette Fouque. En una entrevista, Wittig narraba que había observado que las actividades del 68 no eran feministas y que, por tanto, era el momento de comenzar a reunirse entre mujeres (Thibaut 2008, 66). Wittig también revelaba que el verdadero estímulo que la había impulsado a congregar a otras activistas había sido la lectura del libro de Betty Friedan, The feminine Mystique (Friedan 1963). Como resultado, escribiría junto a Gilles Wittig, Marcia Rothenburg y Margaret Stephenson, ya en el 70, el que se considera primer texto feminista francés de la época: Combat pour la libération de la femme, publicado en la revista L’Idiot international[3]. García (1981, 30), por su parte, afirma que el origen debe datarse en el 68 pero en relación a otro evento, concretamente una reunión que se celebró en la Universidad de Vincennes el 21 de mayo. Allí se organizó un debate sobre la opresión de las mujeres que provocó la respuesta hostil de los varones asistentes, que fueron expulsados. Además, por primera vez se vieron banderolas, camisetas y carteles con el lema «Libération des femmes, année 0». Delphy menciona un cuarto evento (además de la manifestación en el Arco de Triunfo, la reunión de Vincennes y el texto de L’Idiot International): la publicación de un número especial de la revista Partisans, intitulado «Libération des femmes, année 0» (Delphy 1991, 138).

Así pues, la cuestión de la fundación del MLF es un debate historiográfico no resuelto. De acuerdo con Jacqueline Feldman (2009, 193), nadie puede determinar el origen del MLF con exactitud, aunque sí su tiempo. Esta autora, al igual que otras como Monique Wittig o Christine Delphy, que escribió que la historia del MLF había sido falsificada por la líder de un grupo financiero (Wittig et al. 1970, 137), denunciaba que Antoinette Fouque se habría arrogado su fundación. Según sintetiza Sylvie Chaperon (2014, 207-9) Antoinette Fouque participó junto a artistas e intelectuales en los eventos del 68, a través del Comité révolutionnaire d’action culturelle, donde crearon un grupo de reflexión y discusión. Allí comenzaron sus diferencias con Monique Wittig que quería ampliar el grupo todo lo posible, frente a la posición de Fouque, más partidaria del trabajo teórico. Citas como las de la Universidad de Vincennes o el texto ya citado de Wittig y sus colegas van permitiendo la unión de más mujeres y grupos, provocando que, en un efecto bola de nieve, acabara resultando el Mouvement de Libération des Femmes (MLF).

Fouque, sin embargo, se mantuvo siempre en una posición crítica, evitando las movilizaciones colectivas y mediáticas del MLF, acciones que lo hicieron más amplio y conocido. Lejos del activismo, las reuniones de su grupo, Psych e Po, trabajaban en la reflexión teórica sobre la articulación de un inconsciente político que pudiera dar espacio a la voz y el deseo de las mujeres. Las tensiones estallaron cuando Fouque y otras compañeras, en septiembre de 1979, registraron una asociación con el nombre Mouvement de libération des femmes-Psychanalyse et Politique, que se convierte un mes más tarde en Mouvement de libération des femmes-MLF. En noviembre, las iniciales del movimiento y el logotipo se daban de alta como marca registrada en el Instituto Nacional de Propiedad Industrial. Fouque declaró a posteriori que deseaba proteger el MLF del uso partidista o comercial, en un momento en que había sido abandonado.

Muchas mujeres del MLF protestaron contra la apropiación unilateral del movimiento. La crisis terminó con una escisión entre Psych e Po y la mayoría de activistas, que lo consideraron abusivo. La propia Simone de Beauvoir escribió en el prefacio de la obra Chroniques d’une imposture, du Mouvement de libération des femmes à une marque commerciale (Beauvoir 1981): «réduire au silence des milliers de femmes en prétendant parler à leur place, c’est exercer une révoltante tyrannie». Sesenta grupos de activistas firmaron una declaración de rechazo y once editoriales feministas llamaron al boicot de Éditions des femmes, conflicto que llegaría a los tribunales. Este episodio comprometió la trayectoria de una mujer clave en el MLF como había sido Fouque. El escándalo volvió a estallar en 1980, cuando llamó a celebrar el cuadragésimo aniversario del MLF, afirmando que ella había sido la cofundadora en octubre de 1968. Varias pensadoras escribieron como respuesta un monográfico en la revista Prochoix: MLF le mythe des origines. Irónicamente, manifestaban que la convocatoria llegaba dos años antes de tiempo, al considerar que el MLF había nacido en 1970. La tensión que se produjo entre algunas activistas, diferentes grupos de feministas, Antoinette Fouque y su grupo Psych e Po explican la dureza de algunos análisis sobre las publicaciones de Éditions des femmes y sobre la propia Fouque.

La línea editorial de des femmes en mouvements

Algunas mujeres del MLF, como las que pertenecían al grupo en el que militaba Fouque, Psych e Po, no se autodenominaban como feministas porque consideraban que el feminismo era una demanda burguesa que no cuestionaba el sistema patriarcal, sino que querían encontrar su lugar dentro de él (Moi 1988, 113). Se identificaban más con conceptos como «mujeres en lucha» o «mujeres en movimiento» (Bereni 2012; Collin 2012), terminología que apoyaban Hélène Cixous o Antoinette Fouque entre otras, quienes dejaban en un segundo plano las demandas de inclusión política. Cixous, por ejemplo, definía el feminismo como estático y rígido, por lo que prefería la denominación «movimiento de las mujeres». Aunque buscaban la liberación femenina, consideraban que las feministas buscaban hacer a las mujeres iguales a los hombres y por ello lo rechazaban (Ortega 2006, 348).

Psych e Po, de tendencia psicoanalítica, defendía una posición que la literatura especializada suele denominar «feminismo de la diferencia», «feminismo cultural» o «pensamiento de la diferencia sexual». Para ellas, la diferencia debía entenderse en un sentido ontológico (Femenías 2015) que establece la existencia de una cultura propia y específica de y para las mujeres (Posada 2006). Entre sus pensadoras más destacadas se encontraban, además de Hélène Cixous, filósofas como Luce Irigaray o Julia Kristeva. Construyen conceptos como el de «écriture féminine» para dar respuesta al lenguaje hegemónico patriarcal que definen como «falocéntrico». La diferencia sexual celebra las múltiples diferencias, «en oposición a la idea tradicional de la diferencia como ‘peyoritivización’» (Braidotti 2004).

En Francia existía otra corriente igualmente influyente, pero de diferente orientación y que puede denominarse igualitarista, universalista o radical. Se trataba del feminismo materialista cuyo origen era la obra de Simone de Beauvoir (Perrot y Galster 2001). Sin embargo, fuera de Francia, y muy especialmente en el ámbito anglosajón, ha sido el feminismo de las primeras el que goza de gran reconocimiento y, de hecho, con frecuencia se identifica como «French Feminism», a pesar de no ser mayoritario ni incluir a Beauvoir, figura incontestable del feminismo del siglo XX. Para Perrot, probablemente se debe a la asimilación (errónea) de sus aportaciones con el MLF (Perrot y Galster 2001)[4]. El polo más importante para las «diferencialistas» era la glorificación del cuerpo femenino, algo que no se daba en la autora de Le Deuxième Sexe. Así, habría que establecer que el conocido como «Feminismo francés» no es el único y ni siquiera el mayoritario.

Es en este contexto, y en el seno de los grupos de mujeres que rechazaban el feminismo en aquella época donde debe situarse la línea ideológica de la revista des femmes en mouvements, pero también el epicentro de las tensiones entre Antoinette Fouque y otras activistas. El rechazo al feminismo por parte de Fouque y sus compañeras distaba mucho de la posición de la mayoría de feministas materialistas aunque Fouque, en 1990, reconocía su equivocación: «Quant au féminisme, je ne savais pas ce que c’était et aujourd’hui, je pourrais dire que je le regrette. C’était un signe de mon ignorance des luttes de femmes dans l’histoire» (Fouque 1990, 127). A ello hay que añadir el conflicto relativo al MLF. En las obras publicadas por la editorial, siempre se hace mención al MLF como algo propio y/o resultado del grupo Psych e Po (Fouque 2008; Idels 2018). Así por ejemplo, en un texto de presentación de una obra colectiva, firmado por Fouque, ella afirma: «La maison d’édition des femmes est née du MLF, que j’ai toujours envisagé comme un mouvement de civilisation, social et culturel, politique et symbolique» (Boissonnas et al. 2005, 8). Cuando recibe la Légion d’honneur por «services rendus à la cause du féminisme» (Delphy 1991, 146), otras activistas lo consideraron un ejercicio de cinismo, aportando pruebas de su antifeminismo, como la declaración explícita de Fouque que había aparecido en el número 28 de la publicación des femmes en mouvements hebdo: «Le féminisme est l’adversaire du Mouvement de Libération des Femmes, de tout mouvement de libération, de tout mouvement anti-impérialiste» (Delphy 1991, 147).

A partir de lo anterior se entenderá mejor el demoledor análisis que Liliane Kandel (1980) hace de las publicaciones periódicas auspiciadas por Fouque. La autora afirma que todas ellas son un ejemplo explícito de antifeminismo[5]. Para Kandel, el lenguaje ultra-militante que se usaba en las revistas que impulsaba Antoinette Fouque ocultaba prácticas no solo no militantes, sino reaccionarias (Kandel 1980, 38). Según ella, el antifeminismo había sido un tema recurrente en el mensual des femmes en mouvements, y se habría radicalizado en el semanario que relevó a dicha publicación, a partir de cierta obsesión por catalogar al resto de feministas como capitalistas, imperialistas o colonialistas (Kandel 1980, 42). Para esta autora, no dejaba de ser paradójica esta acusación desde un grupo que lideraba una empresa editorial comercialmente exitosa y con gran visibilidad: «Le groupe le plus riche de tout l’après-Mai (…) accuse les autres groupes d’être capitalistes. Le groupe le plus hégémonique de tout le mouvement de libération des femmes taxe les autres d’impéralisme» (Kandel 1980, 42).

El feminismo en des femmes en mouvements

La separación tanto teórica como práctica que dividió el feminismo en los setenta debe ser relativizada medio siglo después a la luz de la propia evolución de los derechos femeninos y la propia epistemología feminista: la incorporación de nuevas perspectivas en la Academia y el activismo en la década de los años noventa produjo nuevas tensiones que en el siglo XXI están vigentes y discuten incluso sobre quien debe ser el sujeto político del feminismo. Los enfoques, agendas y conflictos de aquella época no invalidan que todas las posiciones trabajaban para erradicar la subordinación de las mujeres y que todas compartían, sin duda alguna, que el sujeto político feminista eran las mujeres. Casi medio siglo más tarde, las páginas de revistas como des femmes en mouvements ofrecen una agenda que solo puede interpretarse como feminista, aun teniendo en cuenta la elección de una mirada a veces esencialista o de un feminismo con menos aplicación práctica que el materialista. Era un discurso incómodo que reclamaba, denunciaba, luchaba, exponía las injusticias, siempre desde una perspectiva que celebraba la lucha, apartándose de cualquier construcción victimista. «Vive la révolution des femmes» era un lema recurrente en sus páginas.

La revista, que publicó 13 números entre 1977 y 1979, se preocupaba por una pluralidad de temáticas, siempre desde una óptica femenina, que abarcaba los espectáculos (cine, teatro, exposiciones, deportes), las artes (literatura, danza, música, circo, etc.), el patrimonio inmaterial, la creatividad femenina o la esfera laboral. Recogía y destacaba las actividades de las mujeres y para las mujeres a lo largo de todo el territorio francés y también de otros lugares del mundo. Los reportajes se detenían en realidades poco abordadas cuando son ocupadas por las mujeres: viticultura, minería o pesca, por ejemplo, pero también profesiones tradicionalmente femeninas, como la educación o la enfermería. En sus páginas aparecían preocupaciones fuera de la feminidad normativa: mujeres mayores, lesbianas, reclusas o enfermas protagonizaron reportajes específicos. También eran protagonistas las de otros países y culturas distintas de la francesa: indígenas, negras, árabes… e incluso realidades que no se suelen pensar desde lo femenino, desde la lucha sindical al terrorismo. Dada la línea editorial del mensual, no se olvidaron de cuestiones básicas de la reflexión feminista como la violencia sexual, los derechos reproductivos y el aborto, la pornografía… Más minoritarios fueron los contenidos dedicados a la política que, recordemos, no era prioridad de Psych e Po (sobre todo en su primera época) y, en alguna ocasión, se rescataron episodios de la historia de las mujeres, sobre todo para salvar del olvido algunas huelgas significativas lideradas por trabajadoras como las de Douarnenez en 1924 o la de las dependientas de 1935. Además de una perspectiva que hoy denominaríamos «de diversidad», otro pensamiento de vanguardia en su tiempo era el ecológico: «une lutte de femmes cohérente ne peut être qu’écologique» afirmaba des femmes en mouvements.

La mística de la feminidad, sin embargo, no aparece en las páginas de este mensual. El interés por la vida doméstica (cocina, decoración, hogar, etc.) tan habitual en la prensa femenina, no existe. Apenas se menciona la crianza más allá de algunas (escasas) piezas dedicadas a problemáticas de las madres solas o las dificultades de conciliación. Si bien el cuerpo femenino es el centro de la «escritura femenina» este no se cultiva desde contenidos recurrentes en la prensa para mujeres como la belleza, la moda, la dieta o la cosmética que aquí no están. Tampoco se encuentran espacios como las guías de compras, los horóscopos o los cuestionarios, frecuentes en revista destinadas a audiencias femeninas. Sin embargo, sí se da voz a iniciativas de emprendimiento de mujeres, especialmente en actividades tradicionales como la artesanía y, sobre todo, por la edición y publicación de obras feministas y de mujeres. Las editoriales específicas (tanto francesas como extranjeras), entendidas como empresas idiosincrásicas de la lucha por la liberación femenina, y las propias obras que publicaban las feministas, recibían una atención detallada.

La lectura iconográfica es muy interesante porque permite observar más claramente la línea editorial de la publicación ya que la imagen es, sin lugar a dudas, un ensalzamiento del cuerpo femenino. Solo pueden encontrarse fotografías o dibujos de mujeres (nunca de varones), reales o simbólicas, así como elementos asociados a lo femenino. Son numerosas las diosas o los elementos de la naturaleza que se asocian con la cultura de las mujeres y, además, se rompe con la mirada monolítica de los cuerpos blancos y jóvenes de la prensa hegemónica. Las reproducciones de escenas que presentan a féminas en grupo son la mayoría, casi siempre sonrientes, celebrando la amistad en espacios abiertos y/o activistas, sugiriendo cierta idealización de la «lucha de las mujeres». También hay imágenes de mujeres en solitario, atareadas en diversas actividades de tipo laboral. Otras fotografías son más artísticas u oníricas. En ellas aparecen mujeres y niñas en espacios escénicos, a veces desnudas, aunque nunca erotizadas, en ocasiones rompiendo tabúes como el amor entre mujeres.

Fiel a los principios de la editorial que auspiciaba la publicación, renegaba tanto de la jerarquía como de la voz de autoridad. De ahí su rechazo a las letras mayúsculas, por ejemplo. En sus páginas, todas las mujeres eran iguales, ya fueran autoras reconocidas (como Kate Millett, Hélène Cixous o Lidia Falcón), ya fueran mujeres anónimas. Se animaba a las lectoras a ser ellas quienes tomaran las riendas, que fueran ellas las que eligieran sus «balances, rythmes, déplacements, transformations, révolutions, dépassements, métamorphoses, pensées et dépenses, énonciations et écarts», tal y como se recoge en la despedida de la publicación. Es por ello que el testimonio de las mujeres se consideraba clave: se le ofrecía todo el espacio necesario y se animaba a compartir cualquier voz femenina que permitiera terminar con el silencio, especialmente de las más vulnerables, como las víctimas de violencia o pobreza. El feminismo es protagonista de aquellas páginas formal e informalmente, tanto por la inclusión de secciones intituladas directamente como tal, como por la reproducción de temáticas clave en la agenda del movimiento de mujeres.

Conclusiones

El feminismo de los setenta fue activista y militante, diverso y complejo, a veces sofisticado y otras mucho más terrenal. Por ello también sufrió tensiones, escisiones y luchas dentro de un movimiento que no operaba ni como una organización ni como una estructura. En Francia, como en otros países, se dio una tensión muy importante entre dos enfoques que parecían antagónicos: el de las feministas materialistas o «de l’égalité» (vinculadas a la obra de Simone de Beauvoir) y el de las feministas postestructuralistas o «de la différence» (relacionadas en su mayoría con el grupo Politique et psychanalyse). Las segundas aceptaban la definición de la mujer como «lo otro» de Simone de Beauvoir (1949) pero mediante una propuesta más cercana al feminismo cultural estadounidense, estableciendo «una cultura propia y específica de/para las mujeres (…) que apela a una cultura femenina que habría pervivido como tal en los márgenes de la construcción simbólica patriarcal» (Posada 2006, 109).

La naturaleza polifacética del feminismo explica incluso el rechazo de la propia etiqueta, algo que sigue ocurriendo hoy con pensadoras, por ejemplo, postcoloniales. Hay que señalar que Simone de Beauvoir tampoco se identificó con el feminismo durante mucho tiempo a pesar de que algunos textos defienden que todo el feminismo contemporáneo procede de Le Deuxième Sexe (Albistur y Armogathe 1977, 606). Pero el rechazo no se producía por las mismas causas. Las mujeres de Psych e Po en los setenta no se sentían cómodas con el término porque, en palabras de Luce Irigaray, su concepto de igualdad implicaba ser iguales a los hombres (Irigaray 1980) y también por su defensa de la existencia de una «écriture féminine» (Cixous 1986) que las materialistas rechazaban. Además, la particular batalla que existió entre Antoinette Fouque, las feministas materialistas y la propia Beauvoir, explica que incluso se divida a las activistas de la época entre las que pertenecían al movimiento «marque déposée» y las que pertenecían al «marque non-déposée» (Ortega 2006, 349). Estas últimas rechazaban expresamente a las de Psych e Po por su antifeminismo declarado.

El nacimiento de Éditions des femmes y sus proyectos de revistas feministas, entre ellas la que más interesa a este texto, ha de entenderse en ese contexto intelectual y activista, de ahí la interpretación de las páginas de des femmes en mouvements como antifeministas. Sin embargo, de su análisis no puede inferirse que así fuera, si partimos de la definición de feminismo como una filosofía universalista que reclama derechos e igualdad para las mujeres. En el mensual que se trae a este artículo se recogían los intereses, preocupaciones y demandas de las mujeres francesas y extranjeras; se rescataba información valiosa sobre la cultura y las prácticas femeninas y se denunciaban las numerosas violencias y explotaciones que sufrían las féminas. Quizá las impulsoras de des femmes en mouvements rechazaban la etiqueta «política» pero la lectura de los ejemplares de la revista devuelve unas páginas profundamente políticas por su defensa de las reclamaciones de las mujeres y su exigencia del fin de las opresiones. Es cierto que el enfoque elegido parte de una posición de «otredad», una posición incluso esencialista y en ocasiones «femenil» pero la diferencia se reclama y celebra como expresión de una cultura propia y diversa, apoyada en los saberes y las experiencias milenarias de las mujeres en un planeta colonizado por la masculinidad y su cultura.