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¿Nuestro Choukri?Édouard Louis, En finir avec Eddy Bellegueule, Seuil, 2014[Notice]

  • Emmanuel Ruben

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  • Emmanuel Ruben

  • Traducción
    Horacio Maez

Toda obra autobiográfica es una búsqueda del padre. Con el riesgo de matar al padre biológico, al progenitor, para encontrar mediante el poder de las palabras, en el horizonte del libro, otro padre, un verdadero padre, un tutor, un mentor. Terminada la primera novela de Édouard Louis, este padre de substitución sigue sin aparecer, nos quedamos con ganas (la dedicatoria a Didier Eribon es quizás un indicio) pero el padre biológico, él, está muerto. Vencido. Y con él el nombre que le ha dado a su hijo –nombre de rockero, "nombre de macho" (p. 26): Edy carilindo, "boludo, Edy Carilindo es genial como nombre" (p. 217), todo el libro no tiene otro objetivo que deshacerse, acabar con, como lo dice el título –y uno imagina todas las burlas que ese nombre debía generar, en las escuelas de campo más alejadas o en las escuelas superiores para formar la elite; uno imagina, sí, como en el comienzo de una novela de Flaubert, todas las carasdándose vuelta cuando llama elprofesor, yel alboroto que debe generarse con los muros devolviendo en eco este nombre mucho más espectacular que Charles Bovary. Escribir, es devenir otro. Pero es también conocerse a sí mismo. Conocerse a sí mismo como un otro. Édouard Louis –que tuvo la fuerza y quizás sintió la necesidad vital de inventarse un nuevo estado civil– podría haber recurrido a la tercera persona, decir ÉL, pero no tuvo necesidad: su YO no es un artificio literario, es un YO social, sociológico, que se hace portavoz de la minorías indignadas, habla por todas las víctimas de la homofobia campesina y de la estupidez ordinaria, esa que siempre condena en la Francia del rumor, en la Francia de la "quenelle", en la Francia de la edad media que cree en la seudo teoría de los géneros y desfila bramando refranes racistas. Este libro no podía aparecer en un momento más oportuno, de ahí su éxito inmediato. Si lo leí, es porque buscaba una respuesta a preguntas que me hacía desde hace meses. En un viaje a Marruecos, leí por primera vez El pan desnudo de Mohamed Choukri. Quedé completamente conmovido por este libro de una violencia y una belleza extrema, donde el autor –con un estilo contundente que no dejaba de recordarme en algo a Albert Camus– se puso al desnudo. Con el libro terminado, pensé que nadie hoy, en Francia, podría escribir una novela así. A nuestra literatura, pensé, le falta especialmente un Choukri. No solamente, creía, porque nadie se animaría a ir tan lejos en el impudor sino también por la simple razón que esa vida de travieso, de chico educado en la miseria, iletrado, marginado de la sociedad por sus orígenes y sus inclinaciones sexuales y devenido gracias a las letras un héroe en su propio país era imposible. La literatura, pensé, no hace más esos milagros. A lo largo de todo el libro, Choukri dice su odio hacia el padre y su deseo de vengar a su hermano al que su padre habría estrangulado bajo sus propios ojos como a un vulgar gallito. Como en El pan desnudo, todo comienza con la violencia del padre, esta alegoría del tiempo que devora sus propios hijos como en el cuadro de Goya. Violencia del padre que pelea en la calle a la salida de los bares. Violencia del padre que mata el cerdo. Violencia del padre que discute con el hijo mayor. Violencia raramente física respecto a su familia pero violencia verbal cotidiana. La escena clave de la película, no es el día que a Edy lo cagaron a piñas por haber …

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