Résumés
Resumen
De paso por Lyon, queriendo trabajar en este artículo sobre "El Segundo Sexo" pero sin tener el texto a la mano, encontré en una tiendita de dos mujeres una edición de 1949, el año de su publicación. Una edición sin un valor bibliófilo particular : no estaba ni numerada ni firmada por la autora. De todos modos, en su banal materialidad, el papel ordinario, y ya para ese entonces amarillento, suscitaba una emoción, devolvía el libro a su tiempo, hace sesenta años.
Résumé
De passage à Lyon, voulant travailler à ce texte sur "le Deuxième Sexe" mais n’ayant pas le livre sous la main, je trouvai dans une boutique tenue par deux femmes une édition de 1949, l’année de sa publication. Une édition sans valeur bibliophile particulière, elle n’était ni numérotée ni signée de l’auteur. Toutefois, dans sa matérialité banale, le papier ordinaire et à présent jauni suscitait une émotion, il resituait le livre dans son temps, il y a soixante ans.
Corps de l’article
De paso por Lyon, queriendo trabajar en este artículo sobre le Deuxième sexe pero sin tener el texto a la mano, encontré en una tiendita de dos mujeres una edición de 1949, el año de su publicación. Una edición sin un valor bibliófilo particular: no estaba ni numerada ni firmada por la autora. De todos modos, en su banal materialidad, el papel ordinario, y ya para ese entonces amarillento, suscitaba una emoción, devolvía el libro a su tiempo, hace sesenta años. Releer le Deuxième sexe hoy, con los ojos míos, me lleva ante todo a medir la distancia de situación con lo que escribe Beauvoir desde los años 1940-50. Medir la distancia, digámoslo precisando "localmente", si es que conviene no hablar de mujeres en general sino considerar la pluralidad de situaciones, incluido localmente por lo demás, por ejemplo acá, en Paris, imaginemos que escribo estas líneas en una terraza del Café du Flore próxima de la iglesia Saint Germain des Près... I carry my laptop everywhere.
"De igual modo, Elise y sus émulas niegan su valor a las actividades viriles; colocan la carne por encima del espíritu, la contingencia por encima de la libertad, su prudencia rutinaria por encima de la audacia creadora. Pero la mujer "moderna" acepta los valores masculinos: pone todo su amor propio en pensar, obrar, trabajar y crear con los mismos títulos que los varones; en lugar de tratar de rebajarlos, afirma que se iguala a ellos[1] ."
Este pasaje es extraído de la conclusión, comienzo por el final. Justo antes, el último capítulo se titula "Hacia la liberación". Es proyectándose en un futuro cercano que la obra culmina, situada como tránsito entre un tiempo anciano y un tiempo moderno. De hecho, hubo una especie de querella entre los antiguos y los modernos en el lanzamiento del libro. Se conoce la formidable declaración de Camus, "un insulto al macho latino", o la reflexión de Mauriac dirigida en una carta a un colaborador de la revista de Tiempos Modernos, "aprendo muchas cosas sobre la vagina y el clítoris de su patrona"[2], dos testimonios de sexismo caracterizado, brutal, denigrante que le Deuixème sexe puede hacer inteligible.
En espera de la liberación, si es que ella ha de venir, la situación que distingue las mujeres y los hombres presenta diferencias jerarquizadas y desiguales. Valores heterogéneos - uno diría más a gusto hoy en día normas sociales, el peso simbólico está no obstante más pesado y presente en la palabra valor - gobiernan las referencias de unas y otras para mantener la asimetría de su relación. Así, las primeras página de le Duexième sexe insisten sobre el valor de lo masculino positivamente identificado en general como tipo humano referencial, a partir del cual lo femenino es definido por negación, relegado como específico:
"Un hombre no comienza nunca por situarse como un individuo de cierto sexo: que sea hombre, eso se sobreentiende. Es de una manera formal, en los registros de alcaldías y en las declaraciones de identidad que las casillas: masculino, femenino, aparecen como simétricas. La relación de los dos sexos no es como la de dos electricidades, la de dos polos: "hombre" representa a la vez el positivo y el neutro hasta el punto que uno dice en francés "los hombres" para designar los seres humanos, el sentido singular de la palabra "vir" estando asimilado al sentido general de la palabra "homo". La mujer aparece como el negativo, si bien toda determinación le es imputada como limitación, sin reciprocidad[3]."
¿Qué es la mujer? Es la pregunta planteada, que se impone a ella hic et nunc (en los años 1940-50), después de tantos discursos y representaciones venidas casi exclusivamente de los hombres. "Todo lo que ha sido escrito por los hombres sobre las mujeres debe ser sospechoso, pues ellos son a la vez juez y parte", esta cita de Poulain de la Barre retomada en la obra está escrita como epígrafe del Deuxième sexe (convendremos lo mismo entonces en el otro sentido, concluyendo la imposibilidad de un punto de vista absoluto, sin sexo, sobre el hombre, sobre la mujer, y finalmente, los dos juntos). Beauvoir piensa que no surgirá de un hombre interrogarse sobre su singularidad sexuada, su masculinidad - "que sea hombre, eso se sobreentiende" -. No hay particularismo sino en lo femenino.
"Todo ser humano no es, pues, necesariamente una mujer; debe participar de esta realidad misteriosa y amenazada que es la feminidad. ¿Es ella secretada por los ovarios? ¿O fijada en el fondo de un cielo platónico? ¿Basta con una falda frou-frou para hacerla bajar a tierra? Aunque ciertas mujeres se esfuercen con celo por encarnarlo, el modelo nunca se ha consignado[4]."
Habría al menos tres posibilidades para definir a la mujer (su "concepto", como dirá Derrida también, que no hace falta buscar uno[5]): ¿la mujer es producto de procesos químicos y hormonales, debe extraerse su definición de su anatomía sexuada? O bien, ¿existe una Idea de la mujer que pudiera darnos la visión de esencias a la medida del Bien platónico (ti esti)? ¿La mujer se definiría por su apariencia vestimentaria? En las ciencias biológicas y sociales, sigue Beauvoir, no se cree más en la verdad de "entidades inmutablemente fijadas (…), ellas consideran el carácter como una reacción secundaria a una situación". Ciertas autoras - autores, como se quiera - prefieren considerar a las mujeres y a los hombres igualmente como seres humanos. Pero el recurso a una representación abstracta, aunque sea justo en teoría, no hace sino eludir los asuntos relacionados con la desigualdad, con el sexismo, que existen concretamente en la vida social. Es justamente porque, en los hechos, vivir en tanto hombre y vivir en tanto mujer no son situaciones equivalentes, y es en eso en lo que hay que pensar (para no decir en lo que hay que reflexionar).
"Sin duda alguna la mujer es como el hombre un ser humano: pero una afirmación tal es abstracta; el hecho es que todo ser humano concreto está situado siempre singularmente. Refutar las nociones del femenino eterno, del alma negra, del carácter judío, no es negar que haya hoy en día Judíos, Negros, mujeres: esta negación no representa para los interesados una liberación, sino una fuga inauténtica.[6]"
No sirve de nada anular la realidad de los problemas, huyendo o negando por medio de una abstracción intelectual - pensemos en un cierto uso del universal kantiano - la concreción de discriminaciones sociales fuentes de alienación. Si el hombre y la mujer son abstractamente asimilables en el mismo género humano queda que sus diferencias y sus desigualdades se muestran por todos lados; es más, como fue dicho más arriba, en los hechos es más bien el hombre asimilado al género humano que asimila luego a la mujer (o no), sin hacer mucho caso a la diferencia del segundo sexo, de repente. (Como no se puede fácilmente renovar todos los días el lenguaje, todavía se dice comúnmente "los hombres" para hablar de hombres y de mujeres - de mujeres y de hombres -; el uso históricamente instituido y heredado de esa palabra genérica sigue siendo el ejemplo más elocuente de la asimilación del género humano por parte del hombre solo[7].
"Y en verdad basta pasearse con los ojos abiertos para constatar que la humanidad se divide en dos categorías de individuos en que las vestimentas, el rostro, el cuerpo, las sonrisas, los comportamientos, los intereses, las ocupaciones son manifiestamente diferentes: de pronto estas diferencias son superficiales, de pronto están destinadas a desaparecer. Lo que es seguro es que existen por el momento con una asombrosa evidencia.[8]"
Sucede que las diferencias existentes, saltan a los ojos, no son neutras, en todo caso algunas de ellas. Expresan diferencias de valores para retomar la palabra usada por Beauvoir y nos encantaría insistir aún sobre esta palabra. El sistema de valores diferencial que distingue "por el momento" a los hombres y a las mujeres es indisociable de desigualdades que hay entre ellos y ellas, siendo su efecto y/o su causa. Es por eso que Beauvoir piensa en una posible desaparición de las diferencias, cuando la situación social hubiera cambiado estructuralmente al punto de suprimir las desigualdades, cuando la liberación se hubiera conseguido. Supresión de las diferencias de valores, si entonces se presume que los valores parecidos serán igualmente compartidos. Al mismo tiempo, en el puro final del Deuxième sexe, Beauvoir piensa que unas diferencias persistirán en la igualdad, ¿y cómo así? Esto esencialmente porque el cuerpo no es el mismo.
"No veo que en ese mundo la molestia esté ausente ni que la libertad cree la uniformidad. En primer lugar, persistirán siempre, entre el hombre y la mujer, ciertas diferencias; su erotismo, por consiguiente su mundo sexual, teniendo una figura singular no sabría prescindir de engendrar en ella una sensualidad, una sensibilidad singular: sus relaciones con su cuerpo, con el cuerpo macho, con el niño no serán jamás idénticas a las que el hombre sostiene con su cuerpo, con el cuerpo femenino y con el niño; aquellos que tanto hablan de "igualdad en la diferencia" tendrían mala fe al no aceptarme que puede haber diferencias en la igualdad[9]."
He ahí lo que permite moderar una idea un poco simple y cuya raíz es a menudo enlazada a Beauvoir - ella ciertamente lo dijo y lo escribió[10] - que no habría diferencias entre mujeres y hombres sino aquellas culturalmente construidas (¿y no fácticas, dadas?). Este punto es bastante más complejo en Beauvoir, en particular por el hecho subraya varias veces la "subordinación de la mujer a la especie". Ya que de todos modos, en este libre, lo que quizás puede estar en el origen (presumido) de la desigualdad social, es tendencialmente el cuerpo biológico. Esto se repite al principio del libro, en la mitad y al final... es una constante en el Deuxème sexe.
"Se ve que muchos de estas características provienen de la subordinación de la mujer a la especie. Es la conclusión más sorprendente de este examen: ella es de todas las hembras mamíferas la que está más profundamente alienada, y la que más violentamente rehúsa esta alienación; en ninguna la reducción del organismo a la función reproductiva es más imperiosa y más difícilmente aceptada: crisis de la pubertad y de la menopausia, "maldición" mensual, la gordura larga y a menudo difícil, parto doloroso y a veces peligroso, enfermedades, accidentes son características de la hembra humana: se diría que su destino se hace tanto más pesado en cuanto ella se rebela contra él afirmándose como individuo[11]."
Por una parte, Beauvoir desarrolla este argumento como fuera de ella, para dar un apoyo al movimiento dialéctico de liberación que debe superar también una alienación natural. Inspirada en Hegel, un movimiento dialéctico conduce el plan de su libro entero, no lo olvidemos. Entre más fuerte es la alienación natural, más fuerte parecerá el movimiento de libertad necesario para su superación, sin que él tenga siquiera la necesidad de contradecir la opinión generalmente compartida, pero consolándola (la menstruación y la gordura son "una enfermedad", etc.). Hay una alienación más profunda, más fuerte en la mujer que la del capital, como ontológica, en el cuerpo como dado. Pero, entonces, no se puede decir por ahora que se trate solamente de una estrategia dialéctica. No es simplemente un esquema preestablecido de análisis procurando un hilo conductor que la filosofía tendría sólidamente, contra viento y marea, durante centenares de páginas. Se entiende bien que Beauvoir comparte este punto de vista por su cuenta, y por encima de todo, se sabe, la visión de la maternidad alienante. Así, en la última parte del libro:
"Se ha visto en el primer Tomo y en el primer capítulo que hay una cierta verdad en esta opinión [que la mujer es esclava de la especie]. Pero no es precisamente en el momento del deseo que se manifiesta la asimetría: es en la procreación. En el deseo la mujer y el hombre asumen idénticamente su función natural[12]."
El deseo sexual no representa problema, existe felizmente para ambos sexos. Por el contrario, que la maternidad le corresponda por derecho propio a las mujeres parece como la primera de las injusticias naturales. Es una especie de desventaja que hace asimétrica la situación de la mujer y la del hombre en relación con el mundo. A este respecto, es notable ver en el Deuxième sexe cuánto la maternidad resiste para Beauvoir a su propio modelo anti-naturalista. Todo sucede como si ella no alcanzara a pensar éste hasta al fin, a desnaturalizar en suma la maternidad misma, para volver a pensar la contingencia de su institución y hacer de él el punto de partida de una renovación de "valores". Mientras que ella combate la idea de un destino biológico, la ideología naturalista, no alcanza no obstante a integrar la maternidad y los caracteres del cuerpo femenino de otro modo que como una fusión de dominación y de jerarquización de los sexos. A la época, esto ya había sido percibido, por ejemplo, por Emmanuel Mounier en un artículo de la revista Esprit. Es interesante recordarlo:
"(…) un aspecto totalmente diferente de la obra nos llama a preguntarnos si la "alienación" de la mujer (o eso que así designa una palabra cuyo sentido se vuelve cada día más vago y ambiguo) no es más profunda. Que el análisis biológico no pueda dar a ella sola la respuesta a un problema humano, es la evidencia. ¿Pero no da ella, por eso mismo, ningún elemento de respuesta? S. de Beauvoir, al intentar atenuar las diferencias significativas entre los sexos, reconoce sin embargo (I. 54 s.) que el hombre, independientemente de toda influencia histórica y de toda ficción, se despega (¿hace falta decir "por naturaleza"?) más completamente de la absorción por la función sexual, afirma más cómodamente su individualidad, mientras que el segundo sexo, por una especie de pesadumbre, "permanece envuelta en la especie"[13]."
Volvamos a las diferencias de valores. Existencialmente, pues, el humano no se reduce a su dimensión biológica. No hay destino nacido de ahí por necesidad natural. Contra un pensamiento de diferencias que serían dadas en la naturaleza como inmutables y esenciales, es a título de esto que la hipótesis puede estar hecha de la superficialidad de valores que podrían de esta manera terminar por desaparecer - pues, no hay diferencias simplemente dadas en la naturaleza, éstas son ya interpretadas, valorizadas, simbolizadas. Es en este sentido también que Beauvoir habla al final de su libro de valores masculinos que la mujer moderna viene a aceptar por su cuenta, para distinguirse de la mujer tradicional, haciéndose la igual del hombre: pensar, actuar, trabajar, crear. En la conclusión del Deuxième sexe, muy claramente, la libertad del creador es bajo la pluma del autor el más alto grado de libertad realizable por el hombre (muy poco o todavía no por la mujer). De una cierta manera, in fine es ahí que Beauvoir espera a las mujeres, como en el momento crucial. Ahí donde ya no se trata de mujeres en general, ni de hombres en general...todo el mundo no desea volverse creador/creadora, ni está siendo llevado(a) a serlo. Beauvoir sí, sin duda, como Sartre.
Igual significa, pues, igual en libertad, beneficiarse de la misma independencia. Ésta es por el momento el privilegio masculino y justamente no un valor femenino, escribe Beauvoir hacia 1950. La independencia económica, ganar su salario por su trabajo en la sociedad sin vivir bajo la dependencia de un marido, es entonces la primera condición de la liberación de las mujeres. En una entrevista filmada en Canadá que data de 1959 pero censurada en la época[14], Beauvor explica qué es lo que motivó su elección de pasar el concurso de agregación de filosofía para volverse profesora, actividad profesional que le permitía llevar su actividad de escritora "y dice que es por esta misma preocupación de independencia que ella rechazó una propuesta de matrimonio por comodidad, que Sartre le había hecho".
Así pues, la cuestión de diferencias entre hombres y mujeres se cristaliza alrededor de la libertad en el Deuxième sexe, y de su igualdad. Ser iguales, es ser igualmente libres, igualmente en medida - en situación - de realizar su trascendencia. Es en esta perspectiva existencialista y dialéctica pues (hacia la liberación) que Beauvoir pregunta a su manera por la cuestión del género escribiendo un libro sobre la condición de las mujeres.
"La perspectiva que adoptamos, es la de la moral existencialista. Todo sujeto se coloca concretamente a través de proyectos como una trascendencia; él no alcanza su libertad sino por perpetuo desbordamiento hacia otras libertades; no hay otra justificación de la existencia presente que su expansión hacia un futuro indefinidamente abierto. Cada vez que la trascendencia recae en inmanencia hay una degradación de la existencia en "en sí", de la libertad en facticidad; esta caída es una falta moral si es consentida por el sujeto; si le es infligida, toma la figura de una frustración y de una opresión; es en los dos casos un mal absoluto. Todo individuo que tiene la preocupación de justificar su existencia experimenta ésta como una necesidad indefinida de trascenderse. Ahora bien, lo que define de una manera singular la situación de la mujer, es que siendo como todo ser humano, una libertad autónoma, se descubre y se escoge en un mundo donde los hombres le imponen el asumirse como lo Otro; se pretende fijarla como objeto y condenarla a la inmanencia ya que su trascendencia será perpetuamente trascendida por otra conciencia esencial y soberana. El drama de la mujer es ese conflicto entre la reivindicación fundamental de todo sujeto que se coloca siempre como lo esencial y las exigencias de una situación que la constituye como inesencial[15]."
Con relación al existencialismo en el que se inspira para pensar la libertad, ella considera de manera un poco diferente a Sartre la idea de que todo hombre está condenado a ser libre. Digamos que ella insiste menos en la figura del "bastardo" (¿cómo decirlo en femenino?) y sobre la opresión y la frustración. De nuevo, la condición humana no se identifica sin más con la condición femenina, ya que las mujeres son a menudo justamente condenadas a no poder ser libres, dominadas bajo la tutela de los hombres. Es su problema específico, de ellas, y la primera de las desigualdades culturales y sociales (a la que Beauvoir parece asignarle a veces un fundamento biológico, acusando el recurso argumentativo naturalista a nombre de la moral existencialista-compleja, lo hemos dicho). Desde la infancia, contrariamente a los niños que aprenden a trascenderse, a desbordarse, las niñas pequeñas son mantenidas por una educación que las retiene en la inmanencia. De suerte que "la feminidad" parece identificarse finalmente con este estado de pasividad...
"Así, la pasividad que caracterizará esencialmente a la mujer "femenina" es un rasgo que se desarrolla en ella desde sus primeros años. Pero es falso pretender que hay ahí una coordenada biológica; en verdad, es un destino que le es impuesto por sus educadores y por la sociedad. La inmensa suerte del niño, es que su manera de existir para otro lo incita a colocarse para sí. Él hace el aprendizaje de su existencia como libre movimiento hacia el mundo; él rivaliza en dureza e independencia con los otros niños, él desprecia las niñas. Subiendo árboles, peleando con sus compañeros, afrontándolos en juegos violentos, él aprehende su cuerpo como un medio de dominar la naturaleza y un instrumento de combate; él se enorgullece de sus músculos como de su sexo; a través de juegos, deportes, luchas, desafíos, pruebas, él encuentra un uso equilibrado de sus fuerzas; al mismo tiempo, conoce las severas lecciones de la violencia; aprende a encajar los golpes, a despreciar el dolor, a rehusar las lágrimas desde la primera edad. Él emprende, él inventa, él se atreve[16]."
En el momento en que Beauvoir rastrea la historia del segundo sexo, procede frecuentemente en comparación con el primer sexo y en relación con él. Desde su más tierna infancia, una mujer no ha tenido tan comúnmente como un hombre la ocasión de realizarse por medio de una acción libre sobre el mundo, de escogerse libremente en sus actos. "Su destino" es el de ser una esposa y una madre en la economía moral y económica de la sociedad patriarcal. Su formación (título de un capítulo del libro) la prepara para eso, dicho de otro modo, para no aprender a experimentar independencia por ella misma ni tampoco dominación sobre el otro sexo; para lo que sí prepara la educación masculina. El niño rivaliza su independencia con los otros niños aprendiendo muy temprano a despreciar a las niñas, justamente porque ellas son menos independientes que él. La dependencia puede ser un valor socialmente instituido de la mujer, pero no es un valor positivo del individuo (hombre o mujer). De manera general, Beauvoir nota que toda determinación adscrita a la mujer, en relación, pues, al primer sexo, lo es como limitación y sin reciprocidad (ser menos que el otro, inferior a él, no tanto como él). Entonces, encontrarse bajo la dependencia paternal y luego conyugal caracterizaba todavía el estatuto jurídico de las mujeres en el momento en que Beauvoir escribía el Deuxième sexe, justo después de la segunda guerra mundial y de las leyes de Vichy (en los años 1960 será oficialmente reformado el régimen matrimonial del código napoleónico de 1804 - la mujer puede administrar sus bienes, abrir una cuenta en el banco, ejercer una profesión sin la autorización de su marido).
He ahí lo que caracteriza la condición de la mujer: ella no goza de una independencia suficiente y ocupa una posición relativa en su dependencia con respecto al hombre. El hombre se identifica de antemano con lo general, con la norma, él es el absoluto a partir del cual es definido el otro, "de igual manera que para los ancianos había una vertical absoluta con relación a la que se definía la oblicua[17]". Que Beauvoir escriba al comienzo del libro que, a diferencia de ella, "un hombre no hubiera tenido la idea de escribir un libro sobre la situación singular que ocupan los machos en la humanidad" va en este sentido. Ya es significativo, dice, que sea ella quien postule el problema. Sin embargo, si ella no lo problematiza como tal, aporta elementos de comprensión sobre el devenir masculino - uno no nace hombre, uno se hace hombre: un niño aprende culturalmente a considerarse como la norma de lo humano más allá de su singularidad sexuada. Numerosas páginas del libro comparan la situación de niñas y niños, de mujeres y hombres, describen cómo uno se hace o lo uno o lo otro. Es así como uno puede ser golpeado(a) por la presencia en el libro de un particularismo masculino que no dice su nombre - el masculino se identifica con el universal por encima de todo particularismo (estaría ahí su particularidad...) -, y que Beauvoir no presenta tampoco como tal. Es en un sentido conforme a la situación de sexos que ella describe, como una puesta en abismo de su propio discurso: el masculino no es una singularidad. Él porta la norma universal, esa misma a la que la mujer moderna va a conformarse para hacerse libre a su vez, o como él.
"La humanidad es macho y el hombre define la mujer no en sí sino con relación a él; ella no es considerada como un ser autónomo. (…) Es así como M. Benda afirma en Le rapport d’Uriel: "El cuerpo del hombre tiene un sentido por sí mismo, abstracción hecha del de la mujer, mientras que éste (el de la mujer) parece desatado si no se evoca el del macho...El hombre se piensa sin la mujer. Ella no se piensa sin el hombre". Y ella no es nada aparte de lo que el hombre decida; de esta manera uno dice "el sexo", queriendo decir con eso que ella aparece esencialmente al macho como un ser sexuado: para él, ella es sexo, entonces ella lo es absolutamente. Ella se determina y se diferencia con relación al hombre y no él con relación a ella; ella es lo inesencial enfrente de lo esencial. Él es el Sujeto, él es el Absoluto: ella es lo Otro[18]."
Único ser autónomo de los dos, el hombre se identifica muy paradójico (es completamente loco cuando uno lo piensa) al general del género humano, en su espíritu y en su cuerpo, sin incluir pero excluyendo a las mujeres. Es entonces a partir de ahí, a partir de él, que él define el segundo sexo, justamente como "el sexo". El carácter sexuado y sexual de la mujer es lo que la define (ella, otro). El hombre se pregunta por su constitución anatómica, responde a sus propias interrogaciones al respecto, construye un cuadro característico, etc. Al cuerpo femenino sexuado hay que cuidarlo, vigilarlo, él es deficiente, fuente de histeria... Es curioso notar que el hombre se ha interrogado mucho menos en la historia sobre su propio cuerpo sexuado.
"El hombre olvida asombrosamente que en su anatomía también hay hormonas, testículos [se puede por tanto pensar que hay una relación entre la constitución anatómica masculina y tal representación de la mujer]. Él toma su cuerpo como una relación directa y normal con el mundo que cree aprehender en toda su objetividad, mientras que considera el cuerpo de la mujer como cargado por todo lo que lo especifica: un obstáculo, una prisión[19]."
Lo habíamos dicho anteriormente, este cuerpo femenino, aprisionando y envenenando, es sin duda también la mirada de Beauvoir. Como lo hace notar Françoise Collin, si la fórmula "uno no nace mujer, uno se hace" quedó como la más célebre de Le deuxième sexe, para apoyar la tesis de una construcción cultural del género que puede permitir encarar el sexo como cuasi accesorio en este asunto (uno puede cambiar), la dimensión fáctica del cuerpo femenino es por tanto muy presente, central - y muy negativa también.
"Si, releyendo en diagonal la obra de Beauvoir, y más particularmente Le deuxième sexe, retengo en medio de todos los posibles acercamientos de la obra al tema del cuerpo, eso que me había golpeado desde el momento en el que, aún muy joven, leí Le deuxième sexe. Las largas páginas que son consagradas al cuerpo de las mujeres y a su devenir, de la infancia a la vejez pasando por la pubertad y la menopausia, dan una visión particularmente negativa, véase deprimente, de éste en tanto está consagrado a peripecias inmanejables. Uno encuentra esta misma obsesión del cuerpo y de su decadencia en los múltiples textos que son consagrados a la vejez, la suya misma, la de su madre - la muerte de ésta -, la de Sartre[20]."
Sea como sea la constitución del cuerpo en Beauvoir, parece que eso es verdad y sigue siéndolo a los ojos de hoy en día: el hecho de tomar en cuenta el cuerpo es esencial para situar a la mujer y al hombre en su existencia. Sesenta años después de la aparición de Deuxième sexe, se puede decir que si la liberación no ha sido absolutamente alcanzada en la o en todas las sociedades (hay todavía injusticias, desigualdades de salario y de trato según el criterio de sexo, una ausencia de igualdad en bastantes dominios, sobre todo en las esferas más elevadas y decisivas), ha habido no obstante cambios inmensos. Por ejemplo, y más aun que en la época de Beauvoir, una mujer puede, singularmente, tener "una habitación propia". Los puestos se han movido, las actividades profesionales son compartidas por los hombres y las mujeres, igualmente la educación de los niños, el tiempo que se pasa con ellos en las parejas y la paternidad se viven diferentemente. En las modas vestimentarias igualmente se observan fenómenos de intercambio, en las actividades deportivas, intelectuales, el ocio... aun si quedan rastros, ya no vivimos en una sociedad que asigna absolutamente, según el criterio de sexo, las profesiones generales o de funciones propias. Y la independencia económica no es ya el privilegio masculino, fundamento paternalista de la organización familiar. Aquello que no cambia es el hecho de tener un cuerpo con el que se vive y siente, un cuerpo único, dado en el nacimiento, y que se desarrollará a lo largo de toda la vida. Si el género no se reduce al sexo, como Judith Butler lo deduce en Gender Trouble de la frase de Beauvoir "uno no nace mujer, uno se hace mujer"[21], si el sexo no produce un género masculino o femenino, hay que decir también que el cuerpo sexuado no se reduce al género (gender), comprendido éste como un artefacto o como un simple resultado de una construcción. Pues hay un soporte tangible para esta construcción cultural de sí: el cuerpo, mi cuerpo, el que me constituye individualmente, dota de una espesura a la situación fáctica de mi existencia, a mi vida, por la cual se juegan mis relaciones con los otros y con el mundo. Yo soy mi cuerpo tanto como mi pensamiento lo fuera en su parte inconsciente. No se nace mujer y se nace mujer, hay que mantener las dos cosas juntas (lo mismo para el hombre). Aquello que es contingente, fortuito, es la interpretación atribuida al cuerpo sexuado, su valorización positiva o negativa, o incluso la aceptación de sí (si uno puede querer cambiar de sexo, modificar o modelar su cuerpo, es justamente porque se tiene/es un cuerpo). Así, ejemplo muy simple, no vendrá espontáneamente a la idea de una mujer sexualmente atraída por los hombres el poder reducir el cuerpo femenino a una sola dimensión. Por otro lado, dado que es cierto que uno no nace madre y que ciertas mujeres no lo son jamás, por decisión, por imposibilidad, contingencia de la vida, al igual que ciertos hombres no son padres jamás, y también porque hay una vida antes y después del embarazo, identificar el asunto del cuerpo femenino solamente con el asunto de la maternidad, como a veces se lo relaciona, es, a pesar de todo, una reducción...
He ahí porqué el futuro liberado de las mujeres no se confunde con el hacerse-hombre, aunque históricamente pueda comenzar por un mimetismo de este género. Pues está el cuerpo, tomado en toda su dimensión de existencia (el cerebro que produce el pensamiento, es cuerpo también). Al final se trata de ser sí, sí mismo, integralmente, cuerpo y alma como dice la fórmula. He aquí también por qué la asimilación de la libertad creadora a un valor masculino, tal como Beauvoir lo escribía, no vale más. Creadoras hay en buen número ahora. La actividad de crear es femenina, nuevo valor (la historia querría hacernos creer lo contrario, prueba a la vez de que los tiempos cambian - lentamente).
Las preguntas que se abren al final del Deuxième sexe y hasta hoy son aquellas que conciernen a las diferencias en la igualdad de situación, y no a aquellas relativas a las diferencias en la desigualdad como al principio del libro y como hace sesenta años. El libro de Beauvoir dibuja dialécticamente un recorrido - difícil, complejo, retador - hacia la liberación. Poco importan entonces sus inexactitudes, la paciencia impaciente de su escritura, sus hipótesis erróneas o desmentidas desde el campo de las ciencias humanas, sus contradicciones inextricables. La pregunta planteada no es simple y la autora se debate con ella, sin la posibilidad de contar con un punto de vista dominante, de una situación más allá del sexo y de su dualidad. No es fácil tampoco hablar a nombre de todas las mujeres, ni de ellas todas juntas. Nosotros, aquí y ahora, no podemos por ahora sostener esta mirada "superior", esta visión supra-humana o incluso homogéneamente de género. Pero en el 2010, retomemos la hipótesis y continuemos confrontándola con la existencia contemporánea: sin duda, el hecho de no tener el mismo cuerpo - no exactamente el mismo, a la vez mismo y otro - introduce un juego de diferencia entre las mujeres y los hombres, entre tú y yo, aun cuando practiquemos ocupaciones en adelante consideradas como comunes. En una situación de igualdad, nosotros permanecemos a la vez similares y diferentes, situación que la palabra diferenciar puede expresar mejor. Es un mismo (homo) que se diferencia por su alteridad, con su o sus diferencias, y esto siempre individualmente, múltiplemente, para acabar. Mismo y al mismo tiempo otro; otro y no obstante mismo. Mismotro.
Parties annexes
Notas
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[1]
Simone de Beauvoir, Le deuxième sexe, Tomo 2, Paris, Folio-Gallimard, 1949 (renouvelé en 1976), p. 635-636.
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[2]
Roger Stéphane, Tout est bien, Quai Voltaire, 1989, pp. 49-50. Citado por Ingrid Galster, Le Deuxième Sexe de Simone de Beauvoir, PUPS, coll. Mémoire de la critique, 2004, p. 296.
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[3]
Le Deuxième sexe, Tomo 1, p.16
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[4]
Idib., p.14
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[5]
Derrida responde a Christie Mc Donald: "No, yo no creo que lo tengamos [el Nuevo concepto de "la mujer"] aun si pudiéramos tener algo por el estilo, o si algo por el estilo existiera o se dejara prometer. Personalmente, yo no estoy seguro de que eso me haga falta. Antes de tener uno Nuevo, ¿estamos seguros de tener uno antiguo? Es sobre la palabra "concepto", "concepción" que yo me interrogaría, y sobre su relación con alguna esencia rigurosa y propiamente identificable" ("Chorèographies", entrevista publicada en Points de suspension. Entretiens, Paris, Galilée, 1992).
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[6]
Le Deuxième sexe, Tomo 1, p.15.
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[7]
Algunos pensarían que hay preocupaciones más importantes que la de la gramática, ya ahí antes que nosotros y que no puede ser concebida como una forma de opresión grave, bajo el mismo título que la lucha de clases por ejemplo... continuemos entonces representándonos mentalmente el hombre como el parámetro de la humanidad y la mujer como un hombre por asimilación, o como un caso particular y específico (y apostemos que los caminos neurales en el cerebro no serán los mismos según la categoría a la cual se pertenece, más acrobáticos en un caso que en el otro. Y en fin, qué saben ellos...).
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[8]
Le Deuxième sexe, Tomo 1, p.15.
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[9]
Le Deuxième sexe, Tomo 2, p. 651.
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[10]
"Uno de los malentendidos que suscitó mi libro es que se creyó que yo negaba entre hombres y mujeres toda diferencia; al contrario medí, escribiéndolo, lo que los separaba; lo que sostuve es que sus disimilitudes son de orden cultural y no natural." ("Un succès controversé", en La Force des choses I, Paris, Gallimard, 1963); "Ciertamente existen entre la hembra humana y el macho diferencias genéticas, endocrínicas, anatómicas: ellas no bastan para definir la feminidad; esta es una construcción cultural y no una coordenada natural (…)" ("Trente ans après", en Tout compte fait, Paris Gallimard, 1972).
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[11]
Le Deuxième sexe, Tomo 1, p.72
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[12]
Le Deuxième sexe, Tomo 2, p. 600. En nota 1.
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[13]
Emmanuel Mounier, "Simone de Beauvoir: le deuxième sexe", en Esprit, n 12, diciembre 1949.
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[14]
La página Radio Canadá da esta presentación: "Esta entrevista de Wilfrid Lemoine con la filósofa y autora Simone de Beauvoir no ha sido jamás vista completamente hasta hoy. Censurada por la dirección de Radio-Canadá, bajo la presión del arzobispado de Montreal, el documento no fue difundido el 13 de noviembre 1959 como estaba previsto. A la muerte de Simone de Beauvoir, en abril 1986, su difusión es programada, pero las eliminatorias de la temporada de hockey ocupan la casilla horaria, y el público no verá sino un fragmento de 40 minutos originales durante los cuales Beauvoir habla, entre otras, del existencialismo, de la religión y del matrimonio."
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[15]
Le Deuxième sexe, Tomo 1, p. 33
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[16]
Le Deuxième sexe, Tomo 2, p.28-29
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[17]
Le Deuxième sexe, Tomo 1, p.16.
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[18]
Íbid, p.17.
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[19]
Íbid.
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[20]
Françoise Collin, "On ne naît pas femme et on naît femme" (este artìculo procurado por Fraçoise Collin en francés no ha sido publicado recientemente sino en española).
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[21]
Judith Butler, Trouble dans le genre, Paris, La Découverte, 2006, pp. 223-224; Gender Trouble, Feminism and the Subversion of Identity, New York, Routledge, 1990, p. 112.