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Que se sepa entonces los hechos han sido estos que yo les digo, pero la interpretación que propongo, es lo que he devenido.
Jean Genet
¿Lo que escribo ha sido verdad? ¿Falso? Sólo este libro de amor será real. ¿Y de los hechos que le sirven de pretexto? Debo ser el depositario. No es para ellos que restituyo.
Jean Genet
La idea de una obra literaria me hace encoger los hombros. Sin embargo si examino lo que he escrito distingo hoy, pacientemente perseguida, una voluntad de rehabilitación de los seres, de los objetos, de los sentimientos tenidos por viles.
Jean Genet
Toda obra autobiográfica es una búsqueda del padre. Con el riesgo de matar al padre biológico, al progenitor, para encontrar mediante el poder de las palabras, en el horizonte del libro, otro padre, un verdadero padre, un tutor, un mentor.
Terminada la primera novela de Édouard Louis, este padre de substitución sigue sin aparecer, nos quedamos con ganas (la dedicatoria a Didier Eribon es quizás un indicio) pero el padre biológico, él, está muerto. Vencido. Y con él el nombre que le ha dado a su hijo –nombre de rockero, "nombre de macho" (p. 26): Edy carilindo, "boludo, Edy Carilindo es genial como nombre" (p. 217), todo el libro no tiene otro objetivo que deshacerse, acabar con, como lo dice el título –y uno imagina todas las burlas que ese nombre debía generar, en las escuelas de campo más alejadas o en las escuelas superiores para formar la elite; uno imagina, sí, como en el comienzo de una novela de Flaubert, todas las carasdándose vuelta cuando llama elprofesor, yel alboroto que debe generarse con los muros devolviendo en eco este nombre mucho más espectacular que Charles Bovary.
Escribir, es devenir otro. Pero es también conocerse a sí mismo. Conocerse a sí mismo como un otro. Édouard Louis –que tuvo la fuerza y quizás sintió la necesidad vital de inventarse un nuevo estado civil– podría haber recurrido a la tercera persona, decir ÉL, pero no tuvo necesidad: su YO no es un artificio literario, es un YO social, sociológico, que se hace portavoz de la minorías indignadas, habla por todas las víctimas de la homofobia campesina y de la estupidez ordinaria, esa que siempre condena en la Francia del rumor, en la Francia de la "quenelle", en la Francia de la edad media que cree en la seudo teoría de los géneros y desfila bramando refranes racistas.
Este libro no podía aparecer en un momento más oportuno, de ahí su éxito inmediato.
Si lo leí, es porque buscaba una respuesta a preguntas que me hacía desde hace meses.
En un viaje a Marruecos, leí por primera vez El pan desnudo de Mohamed Choukri. Quedé completamente conmovido por este libro de una violencia y una belleza extrema, donde el autor –con un estilo contundente que no dejaba de recordarme en algo a Albert Camus– se puso al desnudo. Con el libro terminado, pensé que nadie hoy, en Francia, podría escribir una novela así. A nuestra literatura, pensé, le falta especialmente un Choukri. No solamente, creía, porque nadie se animaría a ir tan lejos en el impudor sino también por la simple razón que esa vida de travieso, de chico educado en la miseria, iletrado, marginado de la sociedad por sus orígenes y sus inclinaciones sexuales y devenido gracias a las letras un héroe en su propio país era imposible. La literatura, pensé, no hace más esos milagros.
A lo largo de todo el libro, Choukri dice su odio hacia el padre y su deseo de vengar a su hermano al que su padre habría estrangulado bajo sus propios ojos como a un vulgar gallito.
Como en El pan desnudo, todo comienza con la violencia del padre, esta alegoría del tiempo que devora sus propios hijos como en el cuadro de Goya. Violencia del padre que pelea en la calle a la salida de los bares. Violencia del padre que mata el cerdo. Violencia del padre que discute con el hijo mayor. Violencia raramente física respecto a su familia pero violencia verbal cotidiana. La escena clave de la película, no es el día que a Edy lo cagaron a piñas por haber transgredido el gran tabú en un galpón sino el día que su padre lo compara con Steevy:
"En el otro canal había un homosexual que participaba en un reality. Era un hombre extrovertido con ropas coloridas, con ademanes femeninos, con un peinado extraño para gente como mis padres. (…) Es en este momento, en el momento que hacían comentarios sobre el homosexual de la televisión, que llegué del colegio. Se llamaba Steevy. Mi padre gira hacia mí, me pregunta¿Y Steevy, cómo te fue?, ¿todo bien en la escuela?Titi y Dédé estallan, una verdadera risa loca: lágrimas que caen, cuerpo que se tuerce, como repentinamente poseído por el demonio, dificultad para recuperar la respiración Steevy, sí es verdad ahora que lo decís, tu hijo tiene algo de esos ademanes cuando habla. La imposibilidad, una vez más, de llorar. Sonreí y corrí hacia mi habitación."
Édouard Louis, En finir avec Eddy Bellegueule, Seuil, 2014, p. 116-117.
De ahí la sed de venganza –o al menos de revancha– que anima al autor de Acabar con Edy Carilindo. Hay en este libro un hambre de asesinato que se encuentra en muchos escritores[1]. Pero un milagro se produce, sobre todo en las últimas páginas, luminosas, donde al que su propia madre llamael imbécil ("¿Qué está haciendo el imbécil ahora?", p. 210) se escapa hacia el horizonte de una nueva vida.
En el 2012, a Mathias Énard le pareció interesante poner en escena a un joven marroquí echado de su casa, abandonado por su familia, un héroe como el de Choukri, y toma la palabra en su nombre, en una novela elogiada por la crítica,Calle de los ladrones. El objetivo: imaginar la odisea de un hombre joven tironeado entre la primavera árabe y el invierno europeo. El medio: una novela en primera persona, donde todo es literario, alegórico, humanista, es decir falso. La intención: uno la adivina. La necesidad interior: uno la busca. El resultado: una historia que funciona, con muy bellas páginas y proezas estilísticas, pero que no igualan nunca el vértigo épico deZona.Sabemos que el modelo de Mathias Énard es Homero, que estaba ciego, tenía el don para contar mentiras y para inventar personajes eternos. Es posible que Mathias Énard devenga algún día el Homero francés del siglo XXI, pero no nos toca a nosotros decidirlo.
Édouard Louis no se detiene en este tipo de cuestiones. No escribe una novela (aunque la mención, pura precaución del editor, aparezca en la tapa), no se toma la molestia de portar máscaras y hasta tenemos el derecho a preguntarnos si, a los ventiún años, leyó a Choukri. En todo caso, leyó a Bourdieu, cosa que deberían hacer muchos escritores franceses. La publicación en 2013 de un libro que dirigió Édouard Louis lo confirma:Pierre Bourdieu: la insumisión como herencia[2].
Por mi parte, debo admitir que durante mucho tiempo no leí a Bourdieu. Excepto algunos textos menores y polémicos, por aquí y por allá, para mantenerse. Hasta el día que, escribiendo mi Kaddish, encontré por azar los libros de Bourdieu dedicados a Argelia. Encontré también las fotos tomadas por Bourdieu en una Argelia devastada por la guerra, en el alba de la independencia. Como no había leído a los escritores argelinos, Bourdieu me ayudó a leer entre las líneas de Camus, a ver esto que Camus callaba, a imaginar la Argelia fantasma de El extranjero o El exilio y el reino.Me ayudó también, a comprender la necesidad que yo tenía de hablar de aquellos que habían perdido todo, incluso su país.
En una entrevista, Édouard Louis revela que su libro podría haberse llamado "las excusas", "las excusas sociológicas". Es olvidarse que no existen excusas sociológicas, que es una invención de los teóricos, que ni la violencia verbal ni la violencia física son exclusividad de las clases desfavorecidas, hay ricos homofóbicos, racistas y machistas y hay pobres sin prejuicios, sin odios ni remordimientos, hay madres y padres corajudos que educan a sus hijos en la miseria y la desesperanza, los aman y les trasmiten el deseo, a falta de los medios materiales, de salir adelante.
Édouard Louis no habla en nombre de los suyos. Es demasiado joven para eso. No habla con objetivo de reparación (proyecto que suele encontrarse en escritores más maduros, pienso en los primeros libros de Pierre Michon o Jean Rouaud) sino con el objetivo de separación. Porque nació separado. Porque nació diferente:
"El problema fue diagnosticado en los primeros meses de mi vida. Parecería que nací así, nadie jamás entendió el origen, la génesis, de donde venía esta fuerza desconocida que se había apoderado de mí al nacer, que me hacía prisionero de mi propio cuerpo" (p. 27).
El libro imita esta separación intercalando, confrontando, la palabra de los otros –discurso directo o indirecto libre en bastardilla– y la palabra del autor. A diferencia de Jean Genet que eligió la lengua del enemigo, a diferencia de Annie Ernaux que adoptó la lengua de los suyos, Édouard Louis se sitúa entre estas dos lenguas divididas y heridas, en la frontera.
De ahí el choque, para su familia, para sus amigos, para su pueblo que no se reconoce en este retrato ácido de una niñez en Picardía. Personalmente, los comprendo. No podré releer este libro sin pensar en el dolor de esta madre. La imagino, ese día de enero, dejando su pueblucho olvidado en una meseta de Picardía como un montículo, raspado por el viento, embarrado por el lodo. La veo subirse a un tren en la estación de Abbeville, dirección París, estación Nord. Está orgullosa de su hijo, el universitario, el escritor. Se olvidó de su hijo el imbécil, el amanerado, con sus aires, sus manías. Sabe que viene de publicar un libro, tieneque encontrarlo en el barrio latino. En la vidriera de un puesto de diarios, estación Nord, queda enfrentada al libro, se apura en comprarlo y, con las primeras páginas leídas, decide volverse, regresar al lodo de su Picardía natal.
Confesará su dolor al diario local pero a medias palabras. Porque esta mujer está encerrada en su vergüenza y su cólera. Porque su hijo decidió hablar por ella, y el libro circula por toda Francia, está seleccionado para los premios másprestigiosos, termina en lo más alto de lasventas.Esperamos que sepa leer, en el medio del libro, este emocionante retrato de unamadre en la mañanay este homenaje a las hijas, a las madres y a las abuelas que redimen como pueden la violencia de los hombres.
Édouard Louis quizás miente. Inventa, fabula, como cualquier escritor. O exagera, caricaturiza, embarra la cancha perdiendo de vista lo esencial y, como no confía del todo en su memoria, recurre a otros autores, y remonta quizás hasta Zola para reinventar su región natal perdida, como enGerminal.
Finalmente no importa mucho: sabemos que es siempre más fácil inventarse un pasado que recordarlo. No se trata acá, en sentido estricto, de autobiografía, tampoco de psicoanálisis sino de socio-análisis o de introspección sociológica. Dicho de otra manera, se trata de utilizar los conocimientos de la sociología para poner en evidencia las determinaciones que pesan sobre sí con el fin de liberarse de ellas. Para recordarnos que existen otros Edy Carilindo en Francia, en 2014, más miserables y más desgraciados, que no tienen el talento de escribir, que no tienen la fuerza para mentir, que desearían evadirse.
La necesidad de reparación vendrá, sin duda, más tarde, con la edad. La necesidad de rehabilitación. Y el libro de amor, quizás, donde sabremos por fin quién le sirvió de padre, quién borró el sufrimiento y vendó las heridas, que le permitió al niño renacer. Porque hay algo seguro: con veintiún años, nació un escritor y éste no es su último libro. Todavía tiene muchas cosas para decirnos. Y el libro que espero, por mi parte, es el que cuente la violencia sufrida en las instancias superiores de enseñanza, cuando él, el hijo rechazado por una Picardía desheredada, se encuentre confrontado a la altivez, la arrogancia, el desprecio de los herederos provenientes de los más prestigiosos liceos parisinos. Donde contará su lucha contra la otra violencia, invisible, simbólica, de la institución. Este libro por venir, lo sé, me hablará más que éste en el que se trataba ante todo de acabar con aquel que uno no era y operar esta reapropiación de sí para poder por fin comenzar a ser otro.